domingo, 21 de diciembre de 2008

El Combate de la Isla


El 18 de Noviembre de 1870 tuvo lugar allí un enfrentamiento armado que duró todo el día. Se enmarca en la revolución jordanista que se inició con el asesinato de Urquiza. Esta es la síntesis de aquel acontecimiento que le dio nombre a nuestra isla.


Gualeguaychú fue una comunidad muy identificada con el General Urquiza. Motivos no faltaban: su esposa, Dolores Costa, había nacido en esta localidad cuando todavía era una aldea. Casualmente un decreto de Urquiza de Noviembre de 1851 nos ascendió al rango de “ciudad” y lo firmó acá para darle más significación al acto gubernativo. Además, venía muy seguido por estos pagos, donde tenía tres propiedades importantes: la propia isla que le pertenecía en un 100%; la denominada “casa del cura” por habérsela comprado al Padre Manuel Erausquin y que aún se conserva dentro del Regimiento de Tanques 12 y las más suntuosa: la generosa mansión que hizo construir en terrenos de su suegro Don Cayetano Costa, en el solar que actualmente ocupa el nuevo Banco Bersa, 25 de Mayo y España. Ayudó mucho a Gualeguaychú en toda forma: él inició la colecta para la construcción del Teatro “1° de Mayo" -frente a la Plaza San Martín- en la década de 1850. El 30 de Mayo de 1863 junto a su esposa, colocó la piedra fundamental de la parroquia San José. Gran parte de la gestación del Ejército Grande fue planificada y orquestada en numerosas reuniones secretas que se realizaban en el rancho que tenía en la isla. Ayudó particularmente a la educación en esta localidad y cada vez que nos visitaba era objeto de grandes apoteosis populares: Gualeguaychú quería mucho a Urquiza y le demostraba su gratitud.

Por todo ello, no debe extrañar que la noticia de su asesinato, ocurrido el 11 de Abril de 1870, no sólo causara aquí una profunda conmoción, sino que determinó el rápido alinaeamiento del lado opuesto al triunfante Ricardo López Jordán, quien sin embargo, contaba con adhesiones en la mayor parte de la Provincia.

Tan rápida fue la reacción de la comunidad gualeguaychuense, que a los cuatro días del asesinato (y a tres de conocerse la noticia) se constituyó un cuerpo armado de ciudadanos dispuestos a tomar parte en la lucha para enfrentar la revolución que había asesinado al gobernador. Y adoptando como nombre la fecha de su constitución, se llamó “Batallón 15 de Abril”.

Estaba integrado por el entonces Comandante del Departamento, Reynaldo Villar (suegro de Francisco Seguí) como Jefe, Leopoldo Espinosa como Subjefe y como oficiales: Inocencio Fourques, Rómulo Delgado, Policarpo De la Cruz, Gervasio Méndez, Juan A. Casacuberta, Bautista Batallada, Yari Casanova, Marcos Aguilar, Olivio Acosta, Juan Antonio Carrera, Félix Jurado, José Luis Aranda, Pedro Rodríguez, Eleuterio Grané, Luis Luciano, Eduardo y Ladislao Barañao, Asencio Muñoz y Manuel Cepeda. Todos vecinos de prestigio y pertenecientes a familias tradicionales de Gualeguaychú; algunos de ellos de gran fortuna, que se decidieron a luchar contra la revolución.

Domingo Faustino Sarmiento que era Presidente desde 1868, finalmente se había reconciliado con Urquiza luego de largos desencuentros. En 1851 él también había participado de las reuniones en el rancho de la isla y allí recibió su designación como boletinero del Ejercito Grande (y según la malas lenguas, algunos ataques de “Purvis” el aguerrido perro de Urquiza). Luego de Caseros el sanjuanino se había convertido en un feroz opositor de Urquiza Presidente y finalmente cuando a él le tocó serlo, llegó el demorado reencuentro.

Fue de tal espectacularidad el recibimiento que el gobernador entrerriano le hizo en su Palacio San José, que llegó a decir ¡ahora sí que me siento Presidente!

Enterado Sarmiento del asesinato y la designación como gobernador de López Jordán por parte de la Legislatura, envía de inmediato una fuerza federal a cargo del Gral. Emilio Mitre (hermano de Bartolomé) que llega por agua a Gualeguaychú al frente de un Ejército de Observación con 500 hombres y aquí se aposenta. Intensas gestiones de vecinos de la ciudad y representantes de la Legislatura, como el talense Onésimo Leguizamón (quien luego fue Ministro de Educación de Roca) y otros, procuraron evitar el enfrentamiento pero la furia de Sarmiento y la firmeza de López Jordán lo impidieron.

El choque se produjo cuando las fuerzas jordanistas llegaron por tierra desde el oeste comandadas por el Coronel Robustiano Vera y finalmente tomaron la ciudad.

Ante esa situación y sin otra alternativa, las fuerzas nacionales y el Batallón 15 de Abril se refugiaron desde la mañana en la isla, a la cual por entonces se podía acceder a caballo, ya que a la altura de la actual calle 3 de Caballería, había un banco de piedra y el islote “Ubajay” que se mantuvo hasta 1912. Las fuerzas provinciales las sometieron a un fuego graneado desde la Aduana y el puerto; y el ataque fue resistido hasta las últimas horas del día hasta que los de la isla se quedaron sin municiones.

Fue entonces cuando cerca de las 21 hs. abandonaron la posición embarcando en el vapor del Sr. Agustín Gianello curiosamente llamado “Garibaldi”, frente al actual Camino de la Costa, para dirigirse hacia el Río Uruguay. Cabe acotar que la huida era segura, porque por entonces no existía el puente y no había forma de interceptarlos por tierra.

A mediados de esa década todo volvió a la normalidad y la llegada de los inmigrantes cambió la fisonomía de la ciudad. En recuerdo de esa gesta heroica, la isla -que se había llamado "del Puerto" o "de Fraga"- pasó mucho después a llamarse "de la Libertad". Varios años habían pasado y la jornada permanecía fresca en el recuerdo. En 1920 se festejó dignamente el cincuentenario con los que aún quedaban vivos. El último en morir -en 1945- fue Inocencio Furques, uno de los grandes periodistas que recuerda Gualeguaychú. Que será motivo de otra nota.



Cómo nació el vals a Gualeguaychú


Si bien no tiene nada que ver con la célebre película, lo que aquí se relata ocurrió en el “Verano del 42”. Mientras en otras partes del mundo los pueblos eran devastados por la guerra, acá en Gualeguaychú -bella y hermosa- nacía la canción que hoy constituye nuestro “himno lugareño”.


Por aquellos tiempos Gualeguaychú dejaba atrás la fisonomía de aldea y se iban concretando sus pretensiones de ciudad. En unos pocos años, tuvo sus calles céntricas pavimentadas, la red de obras sanitarias, nuevas plazas y paseos, el puerto remodelado, con acceso por las flamantes Avenidas del Valle y Costanera.

La habilitación del puente en 1931, dio vida al Parque Unzué y los clubes que nacieron junto al río. Desde 1936, la ciudad tuvo comunicación terrestre con Buenos Aires, gracias a la quijotada de Don David Della Chiesa, aunque todavía el puerto seguía concentrando la mayor parte del tráfico y movimiento de pasajeros.

La guerra mundial acaparaba las conversaciones, que giraban sobre los avances del ejército alemán o el desastre de Pearl Harbour. Se festejaban las actuaciones en el fútbol nacional, de nuestro Alberto Zozaya (a) Padilla, para compensar en parte las quejas por el fraude patriótico, la escasez de cubiertas, la sequía o los estragos de las últimas mangas de langosta.

Gualeguaychú era como una niña quinceañera, que se sabe linda y atractiva pero no le basta: necesita un galán que se lo diga y del modo mas lisonjero. Nada hacía imaginar que el ansiado galanteo, vendría pronto de la mismísima Buenos Aires, en forma de “ofrenda musical”.

Por entonces, el público había descubierto el Parque Unzué que se puso de moda y congregaba multitudes a toda hora para diversas actividades. De tarde, el Neptunia realizaba importantes festivales náuticos que generalmente culminaban con los vistosos saltos ornamentales de Julio Bibé y Alberto Buschiazzo. Los domingos el pueblo entero se congregaba allí para presenciar los duelos automovilísticos que protagonizaban Herman Fandrich, “CheloMurature, “Topa” Open, “Pito” Rossi, Florencio Sturla y Corcho” Pérez Chiama.

De los acontecimientos nocturnos, cabe recordar las veladas que organizaba el citado Club, trayendo prestigiosas orquestas de Buenos Aires y los más populares del Recreo Lusera, con sus célebres bailes “teneme el nene”.

Una de las jornadas más lucidas en el nuevo parque, había sido la inauguración, en 1939, de la cancha del Racing Club -hoy concedida a Central Entrerriano- con la presentación de la primera división de fútbol del Club Racing de Avellaneda, que acababa de adquirir al recordado Zozaya.

La pujante entidad había instalado en su predio canchas de tenis y basquet, una vistosa fuente y un frontón de paleta, que vino a convertirse en escenario de lo que hoy recordamos.

En ese frontón, dos conocidos artistas que venían de Buenos Aires, organizaban kermesses y otros espectáculos de fin de semana. Eran Nicolás A. Trimani y Pedro H. Noda. El primero era un guitarrista y poeta popular uruguayo. Fue autor de valses, tangos, y algunas canciones escolares. El segundo, un prestigioso guitarrista y cantor, que en la década anterior integró un célebre dúo con Agustín Magaldi. Habían llegado a Gualeguaychú por una vinculación comercial de Trimani con Carlos Lambruschini, cantinero del Racing Club.

Aquellas kermesses bailables, pronto alcanzaron gran éxito, tanto en lo social como en lo económico. El prestigioso dúo, subcontrataba en Buenos Aires números artísticos de jerarquía: cantantes, orquestas, cuerpos de bailes españoles y además organizaban concursos entre cantores locales. Con ese nutrido programa lograron llevar numerosas familias al parque en las noches sabatinas, lo que les dejaba muy buenos dividendos.

Aquellas rendidoras jornadas llenaban de satisfacción a los directivos de Racing, entre los cuales se recuerda a su Presidente, Don José M. Nuñez (dueño de Casa Nuñez en calle 25) y a Quico Vallejo, Lalo Iglesias, Juan J. Buschiazzo, Oscar Lapalma, Pedro Fernández Ohyamburu, Alfredo Barcia, Pedro Delcanto, Edmundo De Salazar, Leonardo Damasco y Raúl Bourilhón entre otros.

Muchos de ellos colaboraban activamente, como por ejemplo, Lalo Iglesias y Rafael Regazzi, quienes actuaban como controles en la cantina. No era ajeno a todo esto, el cuidador de las instalaciones y eximio deportista Mateo Martínez (a) "Serorena", mas conocido por su apodo Boca Criolla.

Tal fue el éxito de aquellas jornadas en el verano de l942, que un día, viajando a bordo del vapor Luna, el dúo Trimani-Noda decide plasmar su gratitud a la ciudad que con tanta generosidad los había recibido. El primero escribió la letra y el otro la música, del hermoso vals que desde entonces se constituyó en la canción-emblema de Gualeguaychú.

Se discute en qué momento y lugar terminaron de componerlo, pero lo cierto es que en una de las visitas domingueras a Quico Vallejo -de quien se habían hecho muy amigos- le obsequiaron a su señora, Carmen de Sande, una rosca de reyes de la confitería "Apolo" –de los Lambruschini- en cuya envoltura escribieron las estrofas del vals.

La letra de Trimani -escrita en primera persona del singular- confirmaba nuestra fama de ciudad de los poetas y se constituía en "Ofrenda musical de Buenos Aires..."

Pero aquellos artistas, más inspirados que prevenidos (hoy no ocurriría) no tuvieron la previsión de registrar su creación. Algunos años después la inscribió otra persona, lo que generó algunas discusiones. Legalmente entonces pertenece a quien la registró y como abogado, el autor de esta nota no puede dejar de reconocerlo. Pero como investigador de aquella realidad y con el aporte testimonial de la mayor parte de las personas aquí citadas, no tiene ninguna duda sobre quiénes son los verdaderos autores de ese regalo musical nuestro. Que es un modo de hacerles justicia.

Los gualeguaychuenses mantuvieron y el vals durante medio siglo como una tradición muy propia. Sin partitura, la música se transmitía a las nuevas generaciones y la letra estaba en la memoria colectiva. Américo Salazar cuya prestancia como cantor perdura en el recuerdo, ayudó a difundirlo en los primeros tiempos, cantándolo por todos los escenarios de Gualeguaychú y alrededores.

Pero recién en 1980 la canción local empezó a conocerse en el resto del país, cuando la grabaron los Hermanos Cuesta. Luego volvió al olvido, hasta que hace diez años Soledad Pastorutti le devolvió popularidad. Le había llegado en forma oral y por una casualidad: cerca de su casa en Arequito, vivía la familia Bulay oriunda de Gualeguaychú y así lo redescubrió.

Cuando en 1998 el autor de esta nota presentó en el Instituto Magnasco el libro “Vivir en Gualeguaychú”, se distribuyó en el ingreso la letra del vals, que fue entonado por el público con la emoción de un himno lugareño. Hoy día son muchos los artistas que llevan esa antorcha, aunque para mi gusto, nadie como Claudia Figueroa.





Con ansias de cantar llegué hasta aquí

Trayendo un madrigal en mi laúd,

Y desde que llegué, palpita en mí

Como una bendición, Gualeguaychú.

Sabía que esplendente como el sol

Se alzaba esta ciudad bella y hermosa,

Paraíso terrenal, tierra gloriosa

Que besa el Paraná y el Uruguay.

Cuna de oro de Olegario V. Andrade

Pueblo grande del genial Luis N. Palma,

Que cantara el inmortal Gervasio Méndez

Mil canciones que en el cielo están grabadas.

Estas flores del alma de mi lira

Van cayendo como pétalos de azahares,

Es la ofrenda musical que Buenos Aires

Dedicara para vos, Gualeguaychú.

Yo he sido designado embajador

Y debo cumplimiento a esta misión,

Hacer de tu poesía y de tu amor

Un culto a tu sagrada tradición.

Volcando admiración y gratitud

En una sucesión de luz divina,

Y en nombre de las musas argentinas

Te ofrezco el corazón, Gualeguaychú.

Letra : Nicolás Trimani
Música : Pedro Noda