domingo, 28 de diciembre de 2008

Breve historia de nuestro Puente


Se inauguró el 13-6-1931. La obra empezó en 1929 siendo Pte. Hipólito Irigoyen, Gbdor. Eduardo Laurencena e Intendente Bernardo Peyret. La alentaron tres intendentes: Claudio Méndez Casariego, Félix Fontana y el uruguayense Lucilo López.


Ese día se habilitó en forma provisoria. Se cumplía un viejo anhelo expresado en gestiones que databan de 1917 y fue una obra hecha con fondos nacionales y provinciales, iniciada durante administraciones radicales.

Por aquel entonces en Gualeguaychú, la mayor parte de sus calles eran de tierra o empedradas. El río era la única vía de comunicación con Buenos Aires, pero en 1928 Don David Dellachiesa se abría paso en “el país de los matreros”. Es decir que ambas obras se hicieron casi juntas, sin saber que luego ambas formarían parte de la Ruta Nacional 14.

La habilitación del puente no sólo nos proporcionó comunicación con los campos de la costa del río Uruguay, sino que evitó que se perdiera la donación del parque, pues corría peligro de ser revocada, por no afectarse al uso público, como lo determinara su donante, Saturnino J. Unzué.

En la costa del mismo parque –precisamente entre el puente y el actual Club Neptunia- todavía se conservan vestigios de las instalaciones que se habilitaron al sólo efecto de las operaciones previas al montaje. Era la base de la pluma con que se bajaban las piezas que venían desde Holanda numeradas y ya en tierra, se iban ordenando cada una en su lugar. Según cuenta el memorioso don “Lote” Heredia, lo armaron como un gigantesco mecano. En el lecho del río, los buzos primero hincaron los grandes pilotes sobre los cuales apoyaron luego los cilindros y los mismos que habían bajado las piezas, construyeron un armazón con vigas de madera, a modo de puente provisorio, sobre el que luego se fue asentando el definitivo. Ver trabajar a esos centenares de operarios era el máximo atractivo para los gualeguaychuenses de entonces.

La última etapa fue la de los terraplenes de acceso, que no son los actuales: eran más cortos y empinados, por lo que costaba mucho subirlos. Es por ello que la entrada al parque estaba en esa época mucho más cercana a la cabecera Sur del puente. Visto desde la ciudad se lo divisaba en lo alto, ya que por entonces no existía la costanera ni la Av. Luis N. Palma. El terreno previo al acceso, era un gran bajo.



Cuando el Director de la obra, Ing. Jaime Banciz (Director de Puentes y Caminos de la Provincia) la habilitó, quedaron en el recuerdo las tres balsas “a maroma” que en distintos puntos cruzaban al poco utilizado Parque: La del Sr. Bonzón embarcaba en las inmediaciones de la actual Plazoleta de los Amigos; la de Miguel Izzetta, desde donde hoy están los obeliscos y la de Don Joaquín Gorosterrazú iba desde calle Andrade hasta donde hoy está la cantina del Club Náutico.

El puente era levadizo como puede constatarse por lo que quedan de sus mecanismos (contrapesos, poleas, engranajes, palancas). Por eso el piso de su vano central era de madera, para reducir el peso. En realidad, muy pocas veces fue levado. Con el paso de los años, las piezas se fueron oxidando hasta trabarse. Más adelante, sobre la madera se puso una cobertura asfáltica y para completar la inutilización del mecanismo, hace unos años se le adosó un caño de agua, que bien podría haber sido subfluvial, como el que alimenta la isla Libertad.

Todo eso se ha aguantado el pobre puente, pero además debe soportar que al cambiarse el recorrido de la Ruta Nac. 14, se quedó “guacho”de mantenimiento, porque de ahí en más todos se desentendieron de su atención y quedó muchos años sin ese servicio. Suele suceder.

Se aguantó también varias crecientes, como las de 1940, 1959, 1966, 1978 y 2007, que aunque no llegaron al nivel de su piso, ejercieron enorme presión en sus bases cilíndricas. Se fisuró el hormigón de sus accesos y se oxidó entero. El penúltimo “gesto de amor” lo recibió por parte de un grupo de vecinos que constituimos en 1985 (Intendencia de Richard Taffarel que nos ayudó mucho), la “Asociación Amigos de Gualeguaychú” entre los que recuerdo a Totó Pugliese, Juan Carlos Falcón, Mario Fischer, René Marciales y Miguel H. Pivas, entre otros.

En esa oportunidad se hicieron “24 horas para la solidaridad” y con lo recaudado se adquirió la pintura color naranja que se le aplicó, de la que hoy no quedan sino los restos.

Por si algún susto le faltaba, en Diciembre de 1990, con motivo de una chirinada de militares irresponsables, estuvo a punto de ser volado, del modo en que efectivamente se lo hizo con la cabecera Oeste del que cruza el río más al Norte como parte de la Ruta Internacional 136.

Los sucesivos nombres del puente, reflejan la situación política de cada época: se llamó “Hipólito Irigoyen” y luego “6 de Septiembre” por la revolución de 1930, irónicamente la que lo derrocó, luego “la Balsa” y finalmente desde 1987, lleva el nombre de Claudio Méndez Casariego, quien fuera dos veces Intendente de nuestra ciudad y alentara fervorosamente su concreción.

Allí aguanta el viejo puente, esperando un poco más de atención, aunque algunos salvatajes se le han hecho en estos últimos dos años.

¡Qué bueno sería arenarlo y repararlo, recuperar su mecanismo de elevación, pintarlo e iluminarlo como se ha hecho en otras partes del mundo, donde se conservan estas reliquias urbanísticas!

Y por supuesto, darle pronto un hermano más joven y robusto que lo alivie de sostener sólo tanto esfuerzo. No sea que algún día se caiga y tengamos que llorar como los santafesinos, la caída del majestuoso colgante del Colastiné.

¡Vamos puente nuestro todavía!.... que soñar no cuesta nada…