domingo, 26 de abril de 2009

José María Colombo, un Cura Civilizador.


Al igual que muchos pueblos del interior y de países vecinos, nuestra historia registra el aporte de grandes curas, cuyo sólo recuerdo despierta gratitud. En nuestro caso, muchos no eran oriundos de Gualeguaychú, pero la eligieron para quedarse y le dedicaron el resto de sus vidas.

En algunos, su obra revistió inmenso valor espiritual; en otros, enriqueció las letras, la educación, la construcción de templos y otras realizaciones civiles. Uno de ellos fue José María Colombo y el rasgo saliente de su prolífera labor es la vastedad de facetas, ya que cubre casi todas las mencionadas.

Nació en Concepción del Uruguay, en 1875. Ingresó al Seminario Conciliar de Santa Fe en 1888 y fue ordenado sacerdote en la Iglesia San Ignacio de Bs. As, el 18 de diciembre de 1897. El 1° de enero de 1898 celebró la primera misa en su ciudad natal, donde permaneció un breve tiempo como Teniente Cura. Entre otras actividades, dicta la cátedra de latín en el Histórico Colegio y luego se traslada a Paraná, como Prosecretario del Obispado, a cargo de Mons. Rosendo de la Lastra y Gordillo. No era común que tal designación recayera en un sacerdote ordenado hacía seis meses.

Durante siete años acompañó al Obispo en sus giras por la Diócesis, que incluía a Corrientes y el Territorio Nacional de Misiones. También lo acompañó a Roma, al Concilio de Obispos Americanos y a su regreso es ascendido a Secretario, cargo que desempeña hasta el 28 de Abril de 1905, en que llega a Gualeguaychú como Cura Párroco.

Colombo tenía una versación muy vasta, aunque como todo hombre culto, no hacía alarde de su erudición y sabía ponerse a la altura de su interlocutor. Esa amplia formación lo habilitaba para dictar varias materias: Geografía, Historia Oriental, Literatura, Zoología e idiomas, ya que además del latín, hablaba inglés, francés e italiano, que enseñaba en los niveles superiores del Colegio que fundó. Era un orador brillante: reflexivo unas veces, enérgico otras, le imprimía a sus discursos acertados matices de tono, que resultaban siempre persuasivos. Citaba lo necesario, sin rebuscamiento ni alardes. Su hablar era sobrio y conciso: llegaba a todos.

En Gualeguaychú, su obra se orientó a procurar a los niños -sin distinción de clases- capacitación diversa y "armas para defenderse en la vida".

Pensando en los más humildes, fundó algunas escuelas primarias en las zonas de chacras que más las necesitaban: la del Sagrado Corazón, en el Oeste, casa de Don Rafael Pérez; la San Vicente, frente a la estación del ferrocarril; la del Socorro en el Barrio del Gas y la San Antonio cerca del Cementerio. El empeñoso cura se encargaba de conseguir la casa para la escuela: algunas en propiedad, otras en préstamo. Luego recorría los hogares, para pedir a los padres que le mandaran sus niños y con la obra ya en marcha, él mismo concurría -a veces a pie- para dictar sus clases.

También lo preocupaba la educación de los niños de clase media, pues por no existir acá otro establecimiento secundario que la Escuela Normal de Maestros, los que querían cursar bachillerato, debían trasladarse hasta C. del Uruguay, con el enorme sacrificio que ello imponía. Es así que en 1913, Colombo funda un Colegio Secundario privado, incorporado a la enseñanza oficial.

Por imperio de la Ley 934 de Enseñanza Libre, los alumnos concurrían al Histórico para rendir sus materias: era un avance. En 1915 el Colegio es reconocido oficialmente, convirtiéndose en el que hoy lleva el nombre de Luis Clavarino, por la donación del edificio que en su memoria hizo su esposa, Malvina Seguí.

Pensando en el futuro de los niños de la calle, se dispuso a enseñarles oficios de concreta aplicación para sacarlos de la pobreza.

Con el generoso aporte de Don Joaquín Goldaracena, quien le donó la amplia finca de calle 9 de Julio y Francia (hoy J. M. Colombo, en su homenaje) funda en mayo de 1920, la Escuela de Artes y Oficios Justo José de Urquiza. Inaugurada el 20 de junio de ese año, su actividad cubría el nivel primario. Además de las primeras letras, los alumnos recibían preparación teórica y práctica en especialidades como: mecánica, herrería, panadería, escobería, zapatería, etc. Además, se enseñaba contabilidad y dibujo. Para ello, trajo maestros de Concepción del Uruguay que luego se quedaron aquí para siempre; entre ellos, Don Martín Scotto.

Tenía internado y comedor escolar para los niños que lo necesitaran. Realizaban actividades extraescolares: deportes y actividades al aire libre. El padre Colombo y sus niños de la Escuela de Artes y Oficios, figuran entre los primeros gualeguaychuenses que concurrían los fines de semana al Parque Unzué, cuando no existía el puente y había que cruzar el río en balsas a cadena.

También formaron una Banda de Música que, dirigida por el célebre Maestro Don José Sgrizzi, pronto alcanzó renombre en la ciudad. Con aquellos alumnos, inició el scoutismo en Gualeguaychú.

Muchos niños sin hogar fueron sacados del abandono por Colombo y educados en su escuela, donde no sólo aprendieron un oficio, sino que recibieron una formación integral basada en principios morales y cristianos. Muchos de ellos hoy son abuelos, fundadores de muy dignos hogares de la ciudad, sustentados en la honradez y el trabajo.

La Escuela pasó en 1948 a la Nación como Escuela. Fábrica N° 93 y hoy día es Escuela Provincial de Enseñanza Técnica N° 2 que lleva su nombre, de la que anualmente egresan peritos en numerosas especialidades.

Junto a la Escuela hizo construir la Capilla San Ignacio, como ámbito de culto para los alumnos y frente al Hospital Centenario, la de La Sagrada Familia, que recordaremos en próxima nota.
También construyó la Capilla del Cementerio Norte y como éste carecía de una entrada apropiada, en la colecta -cuotas de $ 0,30- que organizó con la colaboración de la Pía Unión de San Antonio de Padua, previó lo necesario para dotar al Cementerio, del hermoso pórtico de columnas que hoy ostenta, diseño del prestigioso arquitecto argentino Juan Antonio Buschiazzo.

Sin embargo, no fue ésa su principal obra edilicia. Entre 1905 y 1906, recién llegado a Gualeguaychú, se dedicó a terminar la Parroquia San José, completando la obra del Padre Luis N. Palma: refacción del templo, terminación del altar en 1909, para inaugurarlo solemnemente en 1910, año del Centenario. Las nuevas etapas comprendían la construcción de las dos torres, incluyendo el reloj que todavía funciona, adquirido -junto con el de la Municipalidad- por una colecta popular organizada por el Dr. Emilio Marchini y Don Antonio J. Galia. Concluidas esas obras, se dedicó a hacer la Casa Parroquial. Entre otras iniciativas solidarias, se recuerda el Hospicio de Mendigos que proyectó en 1922, para lo cual nuevamente su gran benefactor, Don Joaquín Goldaracena, le donó otro inmueble, conocido como el ex Lazareto. También organizó el Círculo de Obreros Católicos, que ocupó el Teatro 1° de Mayo, durante los últimos años de ese tradicional edificio, en cuya sala hacían representaciones mensuales de obras teatrales filodramáticas. El Círculo llegó a reunir a más de 500 socios.

Y para terminar, vayan dos anécdotas de su larga vida -falleció el 28 de Julio de 1950- que lo pintan de cuerpo entero: En 1922, con motivo de sus bodas de plata sacerdotales, le organizaban un banquete y la tarjeta costaba diez pesos. Cuando fueron a invitarlo, logró que a cambio del banquete, le donaran el importe recaudado. Con ese dinero, Colombo dio de comer a los niños de la Escuela de Artes y Oficios ¡durante ocho meses!

La otra: En 1943, un vecino ganó el premio mayor de la Lotería. Entre las cartas que recibía, con ofrecimientos, negocios fantásticos y "pechazos" de todo tipo, encuentra una muy breve y sencilla. Simplemente lo felicitaba y anunciaba que iba a rogar a Dios para que lo disfrutara junto a la familia que acababa de fundar. Nada más. Aquel vecino tiró las demás al cesto y al habilidoso autor de esa carta, le hizo un donativo equivalente a la suma de los pedidos que había desestimado. El suertudo era nuestro padre, Don Andrés R. Rivas, a quien el cura -autor de la esquela- había casado dos semanas antes, con Lía Elsa Piaggio, nuestra madre, en su Capilla San Ignacio.

Finalmente, buscando una palabra que sintetizara sus múltiples realizaciones, hemos encontrado que ninguna lo define como la que elegimos para el título: un cura civilizador.




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