sábado, 2 de mayo de 2009

Pedro Jurado: Periodista e Intendente ejemplar

En Agosto de 1980, con motivo del centenario del nacimiento de Don Pedro, se impuso su nombre a la vieja escuela de Piaggio en Gualeyán. En esa oportunidad, el autor, (cuya madre Lía E. Piaggio, fue maestra allí) pronunció un discurso por la comisión de homenaje, que integraban entre otros, Pablo J. Daneri y Luis Jeannot Sueyro. En esta nota, basada en aquel mensaje, destaca la admirable rectitud del gran periodista e Intendente y el contenido de avanzada de su administración, sobre todo en aspectos sociales, que poco se recuerdan.


La Constitucion de 1933 devolvió a los entrerrianos el derecho - perdido por 30 años- de elegir a sus intendentes, que se designaban en Paraná. Aquellos comicios despertaron natural entusiasmo por la libertad reconquistada. En la provincia pujaban Juan Fco. Morrogh Bernard y Eduardo Tibiletti y en Gualeguaychú, dos periodistas. Uno ya consumado, Don Pedro Jurado, conservador, director de El Censor, fundado por su padre en 1902 y el otro -en ciernes- era el joven abogado radical Pedro R. Bachini, años después, prestigioso director de El Argentino. Se definió a última hora, con los resultados de Gualeyán: había ganado la fórmula Pedro Jurado- Francisco P. Duboscq.

El Censor: Pesó seguramente el respeto ganado en las páginas del diario que Don Pedro dirigía desde 1911 y figuraba entre los señeros de la provincia. Ese vespertino era un diario partidista, cosa común por entonces; sin embargo, su ascendiente entre los lectores era induscutido. No sólo por la calidad de la impresión, las fotografías y su amplísima informacion -aún internacional- sino por el nivel de escribas habituales: Policarpo De la Cruz, Raúl Tomás Frei y como colaboradora, CamilaNievas.

Sus páginas reflejaban generosas, toda inquietud en apoyo a instituciones y obras de bien; fue motor del desarrollo, vehículo de cultura y fuente responsable de información. Coherente con su nombre, El Censor era implacable con los factores de atraso, los funcionarios incompetentes y todo aquello que obstruyera el progreso de Gualeguaychú. Su estilo fue inalterable: palabra clara y concisa; las ideas y opiniones, expresadas en un marco de respeto pero con la fuerza y convicción que les imponía una pluma inteligente e inquieta. Por ello, no es extraño que el electorado local premiara a quien había demostrado interés por el manejo correcto de la cosa pública, conocimiento de las necesidades y vocación de servir.

Finanzas complicadas: Al asumir la Intendencia, Don Pedro anunció que en adelante él se olvidaba que tenía un partido y gobernaría con dedicación igualitaria para todos. Así lo hizo, prescindiendo del color político de sus administrados. Actitud de real valor frente al vicio de la politiquería que concibe a los funcionarios como mandatarios del partido y no del pueblo. Para poder avanzar, debía primero sanear las finanzas municipales cuya deuda sideral hubiera asustado a cualquiera. Pero don Pedro no se amilanaba ante los problemas complejos; es más: se lucía sacando de la manga soluciones acertadas.

Lanzó un empréstito de $400.000 en bonos garantizados por la Municipalidad, que rápidamente se colocaron entre los vecinos. Incontrastable demostración de fe pública en la seriedad de esa operación. Los bonos se rescataban o pagaban intereses con puntualidad y al poco tiempo superaron su valor nominal. Con ello saneó la deuda y se pudieron realizar las obras previstas.

También se dictó una ordenanza de contabilidad municipal que por su nivel técnico, aún hoy podría tomarse como modelo. A través de los balances mensuales que se publicaban en los periódicos -gratis en El Censor como todos los avisos municipales- la opinión pública iba siguiendo la evolución de las finanzas. Se pagaron primero las deudas que más lo preocupaban: los sueldos de los obreros y empleados, que al asumir, oscilaban ¡entre 6 y 17 meses de atraso! cosa común por entonces. Afianzó el concepto de autoridad, con el ejemplo de su rectitud y el ascendiente de su firme personalidad.

La ciudad se transforma:

En poco tiempo, la ciudad se transformaba; no hubo barrio que no experimentara avances. Los paseos públicos fueron realzados, las plazas ornamentadas con jardinería, iluminación, veredas, monumentos, estatuas y árboles. En 1937 compró una manzana en el barrio Oeste para crear la Plaza Belgrano en la que implantó especies arbóreas típicas del Gualeyán, que le había dado el triunfo. En 1938 remodeló, iluminó y embaldosó la Plaza San Martín, hasta entonces de tierra. Para implementar su política de espacios públicos, creó el vivero municipal, de donde saldrían miles de ejemplares para plazas, escuelas y clubes. En una muestra regional, obtuvo un primer premio.

Don Pedro amaba la flora, los espacios verdes y los paisajes lugareños. Sabía de sus bondades, tanto para la ornamentación como para la vida sana.

Salubridad: Puso énfasis en la salubridad: estableció la primera oficina química municipal, no sin resistencia del Gobierno de la Provincia, al que debió convencer con una razón incontrastable: de nada servía tener un solo laboratorio en Paraná. Enviando los alimentos a analizar, se perdía un tiempo precioso, con riesgo de una intoxicación masiva. Para mejor prevenir, estableció el primer servicio bromatológico del interior de la Provincia. Compró la casa de la familia Irazusta (actual ISPED) e instaló allí la Asistencia Pública, dotándola de equipamiento para atención médica, curaciones, pequeñas cirugías y servicio de ambulancias. Todo era gratuito para quienes lo necesitaran. Esa gratuidad alcanzó también al servicio de farmacia, que llegó a despachar 3.000 recetas por mes, lo que evidencia su sentido solidario cuando aún no había obras sociales. En el marco de la Asistencia Pública, creó una Escuela de Enfermería.

Por la niñez: Por su iniciativa también se creó el Dispensario de Lactantes para socorrer a la niñez desvalida. Desde entonces y hasta su muerte, el generoso Patico Daneri fue Director de esa noble entidad, que llegó a suministrar 40.000 litros anuales de leche, 250.000 mamaderas, rayos ultravioletas, ropa y atención médica a las madres. Los resultados de esta obra se verificaron prontamente: en 1935, la mortalidad en los primeros años de vida era de 232 chicos cada mil; en 1939 esa tasa había descendido a menos de 100.

No sólo eso hizo Don Pedro por la niñez de su pueblo: creó en el Parque un sector de juegos infantiles y otro en el Club Juventud Unida. Para Navidad, realizaba festivales en el parque, donde se repartían juguetes a niños pobres. Ya entonces soñaba con una escuela-granja para su formación, obra que se hizo realidad 30 años después por iniciativa de Micho Grané.

Por el deporte: El deporte de Gualeguaychú mereció la atención de Don Pedro. Las instituciones deportivas recibieron su apoyo, ya fuera a través de las páginas de El Censor o de la Municipalidad. Y uno de los deportes favorecidos fue el básquet, llegado aquí en 1933. Don Pedro brindó las páginas de El Censor para difundirlo y colaboró en la construcción de la primera cancha en Juventud Unida, con piso de polvo de ladrillo. Reconocía al deporte como actividad sana, de gran valor social, procurando que todos lo practicaran y a esto lo demostró con obras. Por ello, en 1943, de cara a su reelección -alternada- los deportistas locales adhirieron públicamente a su candidatura: ligas, asociaciones, clubes y deportistas individuales lo auspiciaron, interpretando que era quien más los había apoyado.

Pavimento: Otra obra fundamental fue la pavimentación de cien cuadras. Para concretarla, Don Pedro debió vencer innumerables escollos. En el C. Deliberante enfrentó a una férrea oposición, que superó con sus armas habituales: corrección y solidez en sus argumentos, expresados en concisas palabras. Concluida la obra, algunas denuncias ponían en duda su honestidad, por la calidad y costo del pavimento. Y como su conducta no admitía un atisbo de duda, él mismo exigió una investigación, aún cuando ya había dejado la función.

Ante su insistencia, se nombró una comisión técnica cuyo dictamen determinó que todo se había realizado en forma correcta. No sólo eso: la calidad del pavimento y sus materiales superaban las especificaciones técnicas. Y lo corrobora su duración en las calles céntricas (Urquiza, San Martín, Bolívar y Andrade), que a más de setenta años de construidos, sometidos a perforaciones, conexiones y abuso en el peso de vehículos, son los que mejor se han mantenido.

Otros Proyectos: El soñaba, con el nuevo edificio del Mercado, un banco municipal de préstamos, el camino al Cementerio del Norte, la parquización del Barrio Franco, la nivelación, entubamiento y regulación de desagües en la calle Clavarino, una plaza de ejercicios físicos, una industria local fuerte, turismo, hotelería, recreación infantil, deporte y cultura. Y también se preocupaba Don Pedro por la construcción de casas para los obreros municipales. No concebía que un obrero casado y con cargas de familia ganara igual que uno soltero. Quería aplicarlo en su gobierno, adelantándose en muchos años a la posterior conquista de los trabajadores argentinos. También fue el creador de la Caja Municipal de Jubilaciones y Pensiones, en 1938.

La valoración de la familia, su sensibilidad para con los hogares humildes que visitaba con frecuencia, no surgían de una especulación electoralista -mal endémico del país- sino de un sentimiento sincero que demostró con obras. Luego de la segunda intendencia de Claudio Méndez Casariego, Don Pedro fue reelecto en 1943. No llegó a hacerse cargo por a la revolución de Junio de ese año.

El final: El 31 de Diciembre de 1945, por las circunstancias políticas que el país vivía, debió cerrar definitivamente sus páginas El Censor, que después de medio siglo, arriaba sus banderas, como reza su último editorial. Al escribirlo, seguramente alguna fisura amenazaba al viejo roble.

Sin embargo, ese último editorial mantuvo su proverbial nivel de sabiduría y prudencia: las mismas virtudes que a lo largo de su vida le dictaron una respuesta helénica para cada agravio. Su espíritu había sido templado con estoicismo y fortalecido en la adversidad.
Murió el 22 de Febrero de 1951. Después de haber honrado como pocos al periodismo y la función pública. De él nos ha quedado su herencia moral: la que hace perpetuas a las grandes figuras republicanas.

Tras los pasos de Cunningham Graham


En la semana que termina, un equipo nutrido (en cantidad de personas y en equipo técnico) de producción de Escocia, pasó por Gualeguaychú. El motivo del viaje a nuestra ciudad, era levantar imágenes de los lugares por donde anduvo el célebre escritor de esa nacionalidad, para el documental Ron Roberto.

Como se recordará, Roberto Bontine Cunningham Graham, con apenas 18 años de edad, en momentos en que comenzaba la revolución de López Jordán por junio de 1870, llegó a estos pagos. El viaje que inicialmente se iba a prolongar unos meses, culminó cuando Cunningham tenía 30 años.

Se radicó en un campo cercano a Gualeguaychú y cuando venía a la ciudad, tenía como alojamiento habitual el viejo Hotel del Vapor sito en el ángulo NO de las calles 24 de Enero y Comercio ( hoy 25 de Mayo y Mitre), que perteneció al Sr. Urtazum y luego a Lesca. La propiedad después fue del Dr. Mario García Reynoso, luego de Jorge Barel y actualmente la habita la familia Cauci.

Don Roberto, como lo llamaban, se enamoró de nuestros campos, de sus bellezas naturales y muy especialmente de los caballos. Aprendió y disfrutó de todos los oficios rurales, incluida la doma de potros. Y tanto se identificó con Gualeguaychú, que por un acto de última voluntad, en la lapida de su tumba está la marca de su hacienda registrada en esta ciudad.

Recorrió el resto de los países del continente, que describe admirablemente en sus libros y después viajó por todo el mundo. Fue muchas cosas a la vez, lo que habla de su singular personalidad: noble, dandy, gaucho, socialista, legislador, escritor, cronista, rebelde, transgresor y fundamentalmente un viajero incansable y aventurero.

Era un gran propagandista de los caballos criollos argentinos. En cierta ocasión vio en Londres cómo uno de éllos era maltratado por negarse a tirar un tranvía y en el acto lo compró. También se llevó uno de nuestras tierras al que llamó Pampa. Durante 20 años concurrió al Palacio de Westminster montando un caballo criollo, por lo que su figura se hizo emblemática en esos ámbitos. Peleó - obligado- junto a Ricardo López, Jordán; entre los bereres en Africa se hizo pasar por médico turco; en la Plaza de Trafalgar fue detenido por encabezar una revuelta. Fue un eterno defensor de los obreros, opositor a la esclavitud y a toda forma de injusticia.

Alentó a su amigo suizo Aime Tchifelly para lo que en definitiva resultara un acontecimiento de relieve mundial y una de las máximas proezas argentinas: el histórico raid con dos caballos criollos, los legendarios GATO y MANCHA. En tres años (1925-28) recorrieron 20 países y 21.500 km. partiendo de Bs. Aires y llegando a Nueva York (uno debió quedarse en México por un accidente) donde se les tributó un recibimiento apoteótico en la 5ta. Avenida -que ese día se cerró al tránsito- con gran difusión en todo el mundo.

Mucho de la repercusión de aquella hazaña, se debió a la prédica constante que desde Londres hacía Cuninngham Graham.

Ya anciano, volvió a nuestro país en 1936 y quiso conocer a Gato y Mancha. Su propietario el Sr. Emilio Solanet lo invitó entonces a visitarlos en el campo Los Cardales, pero una repentina enfermedad le impidió el viaje a Don Roberto. Por tal motivo Salanet hizo los arreglos para que fueran entonces los caballos, los que visitaran a su propagandista ya muy grave ¡en el lobby del Hotel Plaza! No se pudo: llegaron cuando acababa de morir.

Al día siguiente Buenos Aires entero se volcó al cortejo que acompañaba hasta el puerto los restos del ilustre visitante. Pero muchos concurrieron también, para ver una vez más a la celebérrima escolta que acompañaba al féretro: Gato y Mancha.

La vida de este notable personaje se sintetiza en el libro de Alicia Jurado El Escocés Errante y la mayor parte de su obra -en inglés y castellano- se guarda en una vitrina especial del Instituto Magnasco.

El documental en preparación tiene un altísimo costo, ya que abarcará todos los países y lugares que recorrió Cunningham. El equipo que visitó Gualeguaychú, pertenece a la productora Caledonia TV y estuvo encabezado por su director creativo Mr. Les Wilson, con su camarógrafo David Lees, Brian Howell sonidista, iluminador, y lo productores argentinos Carolina Masci y Juan Aramburu. Una pequeña pero ingrata sorpresa tuvieron los visitantes: la placa de mármol que recuerda a Cunnigham en su paso por el Hotel del Vapor, había perdido la pintura y estaba absolutamente ilegible. En cambio, quien esto escribe, la tuvo y muy grata. Contrató después a un letrista para que repusiera la pintura y cuando se disponía a pagarle a Luis Lapalma, éste no quiso cobrar por su trabajo: gualeguaychuense de ley y gaucho, como los que admiraba Don Roberto.


domingo, 26 de abril de 2009

José María Colombo, un Cura Civilizador.


Al igual que muchos pueblos del interior y de países vecinos, nuestra historia registra el aporte de grandes curas, cuyo sólo recuerdo despierta gratitud. En nuestro caso, muchos no eran oriundos de Gualeguaychú, pero la eligieron para quedarse y le dedicaron el resto de sus vidas.

En algunos, su obra revistió inmenso valor espiritual; en otros, enriqueció las letras, la educación, la construcción de templos y otras realizaciones civiles. Uno de ellos fue José María Colombo y el rasgo saliente de su prolífera labor es la vastedad de facetas, ya que cubre casi todas las mencionadas.

Nació en Concepción del Uruguay, en 1875. Ingresó al Seminario Conciliar de Santa Fe en 1888 y fue ordenado sacerdote en la Iglesia San Ignacio de Bs. As, el 18 de diciembre de 1897. El 1° de enero de 1898 celebró la primera misa en su ciudad natal, donde permaneció un breve tiempo como Teniente Cura. Entre otras actividades, dicta la cátedra de latín en el Histórico Colegio y luego se traslada a Paraná, como Prosecretario del Obispado, a cargo de Mons. Rosendo de la Lastra y Gordillo. No era común que tal designación recayera en un sacerdote ordenado hacía seis meses.

Durante siete años acompañó al Obispo en sus giras por la Diócesis, que incluía a Corrientes y el Territorio Nacional de Misiones. También lo acompañó a Roma, al Concilio de Obispos Americanos y a su regreso es ascendido a Secretario, cargo que desempeña hasta el 28 de Abril de 1905, en que llega a Gualeguaychú como Cura Párroco.

Colombo tenía una versación muy vasta, aunque como todo hombre culto, no hacía alarde de su erudición y sabía ponerse a la altura de su interlocutor. Esa amplia formación lo habilitaba para dictar varias materias: Geografía, Historia Oriental, Literatura, Zoología e idiomas, ya que además del latín, hablaba inglés, francés e italiano, que enseñaba en los niveles superiores del Colegio que fundó. Era un orador brillante: reflexivo unas veces, enérgico otras, le imprimía a sus discursos acertados matices de tono, que resultaban siempre persuasivos. Citaba lo necesario, sin rebuscamiento ni alardes. Su hablar era sobrio y conciso: llegaba a todos.

En Gualeguaychú, su obra se orientó a procurar a los niños -sin distinción de clases- capacitación diversa y "armas para defenderse en la vida".

Pensando en los más humildes, fundó algunas escuelas primarias en las zonas de chacras que más las necesitaban: la del Sagrado Corazón, en el Oeste, casa de Don Rafael Pérez; la San Vicente, frente a la estación del ferrocarril; la del Socorro en el Barrio del Gas y la San Antonio cerca del Cementerio. El empeñoso cura se encargaba de conseguir la casa para la escuela: algunas en propiedad, otras en préstamo. Luego recorría los hogares, para pedir a los padres que le mandaran sus niños y con la obra ya en marcha, él mismo concurría -a veces a pie- para dictar sus clases.

También lo preocupaba la educación de los niños de clase media, pues por no existir acá otro establecimiento secundario que la Escuela Normal de Maestros, los que querían cursar bachillerato, debían trasladarse hasta C. del Uruguay, con el enorme sacrificio que ello imponía. Es así que en 1913, Colombo funda un Colegio Secundario privado, incorporado a la enseñanza oficial.

Por imperio de la Ley 934 de Enseñanza Libre, los alumnos concurrían al Histórico para rendir sus materias: era un avance. En 1915 el Colegio es reconocido oficialmente, convirtiéndose en el que hoy lleva el nombre de Luis Clavarino, por la donación del edificio que en su memoria hizo su esposa, Malvina Seguí.

Pensando en el futuro de los niños de la calle, se dispuso a enseñarles oficios de concreta aplicación para sacarlos de la pobreza.

Con el generoso aporte de Don Joaquín Goldaracena, quien le donó la amplia finca de calle 9 de Julio y Francia (hoy J. M. Colombo, en su homenaje) funda en mayo de 1920, la Escuela de Artes y Oficios Justo José de Urquiza. Inaugurada el 20 de junio de ese año, su actividad cubría el nivel primario. Además de las primeras letras, los alumnos recibían preparación teórica y práctica en especialidades como: mecánica, herrería, panadería, escobería, zapatería, etc. Además, se enseñaba contabilidad y dibujo. Para ello, trajo maestros de Concepción del Uruguay que luego se quedaron aquí para siempre; entre ellos, Don Martín Scotto.

Tenía internado y comedor escolar para los niños que lo necesitaran. Realizaban actividades extraescolares: deportes y actividades al aire libre. El padre Colombo y sus niños de la Escuela de Artes y Oficios, figuran entre los primeros gualeguaychuenses que concurrían los fines de semana al Parque Unzué, cuando no existía el puente y había que cruzar el río en balsas a cadena.

También formaron una Banda de Música que, dirigida por el célebre Maestro Don José Sgrizzi, pronto alcanzó renombre en la ciudad. Con aquellos alumnos, inició el scoutismo en Gualeguaychú.

Muchos niños sin hogar fueron sacados del abandono por Colombo y educados en su escuela, donde no sólo aprendieron un oficio, sino que recibieron una formación integral basada en principios morales y cristianos. Muchos de ellos hoy son abuelos, fundadores de muy dignos hogares de la ciudad, sustentados en la honradez y el trabajo.

La Escuela pasó en 1948 a la Nación como Escuela. Fábrica N° 93 y hoy día es Escuela Provincial de Enseñanza Técnica N° 2 que lleva su nombre, de la que anualmente egresan peritos en numerosas especialidades.

Junto a la Escuela hizo construir la Capilla San Ignacio, como ámbito de culto para los alumnos y frente al Hospital Centenario, la de La Sagrada Familia, que recordaremos en próxima nota.
También construyó la Capilla del Cementerio Norte y como éste carecía de una entrada apropiada, en la colecta -cuotas de $ 0,30- que organizó con la colaboración de la Pía Unión de San Antonio de Padua, previó lo necesario para dotar al Cementerio, del hermoso pórtico de columnas que hoy ostenta, diseño del prestigioso arquitecto argentino Juan Antonio Buschiazzo.

Sin embargo, no fue ésa su principal obra edilicia. Entre 1905 y 1906, recién llegado a Gualeguaychú, se dedicó a terminar la Parroquia San José, completando la obra del Padre Luis N. Palma: refacción del templo, terminación del altar en 1909, para inaugurarlo solemnemente en 1910, año del Centenario. Las nuevas etapas comprendían la construcción de las dos torres, incluyendo el reloj que todavía funciona, adquirido -junto con el de la Municipalidad- por una colecta popular organizada por el Dr. Emilio Marchini y Don Antonio J. Galia. Concluidas esas obras, se dedicó a hacer la Casa Parroquial. Entre otras iniciativas solidarias, se recuerda el Hospicio de Mendigos que proyectó en 1922, para lo cual nuevamente su gran benefactor, Don Joaquín Goldaracena, le donó otro inmueble, conocido como el ex Lazareto. También organizó el Círculo de Obreros Católicos, que ocupó el Teatro 1° de Mayo, durante los últimos años de ese tradicional edificio, en cuya sala hacían representaciones mensuales de obras teatrales filodramáticas. El Círculo llegó a reunir a más de 500 socios.

Y para terminar, vayan dos anécdotas de su larga vida -falleció el 28 de Julio de 1950- que lo pintan de cuerpo entero: En 1922, con motivo de sus bodas de plata sacerdotales, le organizaban un banquete y la tarjeta costaba diez pesos. Cuando fueron a invitarlo, logró que a cambio del banquete, le donaran el importe recaudado. Con ese dinero, Colombo dio de comer a los niños de la Escuela de Artes y Oficios ¡durante ocho meses!

La otra: En 1943, un vecino ganó el premio mayor de la Lotería. Entre las cartas que recibía, con ofrecimientos, negocios fantásticos y "pechazos" de todo tipo, encuentra una muy breve y sencilla. Simplemente lo felicitaba y anunciaba que iba a rogar a Dios para que lo disfrutara junto a la familia que acababa de fundar. Nada más. Aquel vecino tiró las demás al cesto y al habilidoso autor de esa carta, le hizo un donativo equivalente a la suma de los pedidos que había desestimado. El suertudo era nuestro padre, Don Andrés R. Rivas, a quien el cura -autor de la esquela- había casado dos semanas antes, con Lía Elsa Piaggio, nuestra madre, en su Capilla San Ignacio.

Finalmente, buscando una palabra que sintetizara sus múltiples realizaciones, hemos encontrado que ninguna lo define como la que elegimos para el título: un cura civilizador.




De Maria Eloisa y el Castillo del Río



No solo era la postal clásica de nuestro paisaje ribereño. El castillo  era también un hito para los gurises que nadábamos la vuelta de la isla hace cuarenta años. Está enclavado donde el río forma una garganta y  baja con mas fuerza. Superar ese paso  era para nosotros la certeza de alcanzar la meta. Y así dejábamos atrás el hoy casi centenario castillo con su belleza y misterio. 

Han pasado los años; hacía mas de veinte que no daba  la clásica vuelta. Pero el viejo castillo sigue ahí. Mientras tanto, nuestra vida cambió de rumbo: cambiamos  la actividad física  por otras mas espirituales; dejamos de bucear  en el agua para sumergirnos en el pasado lugareño a través de libros, archivos y testimonios orales. Imposible entonces eludir una investigación sobre el singular castillo, el cual, corridos algunos velos que lo tornaban enigmático, se nos aparece ahora mas subyugante. 

Sigue siendo una referencia y concita nuestra admiración, pero ahora conociéndolo un poco mas,  podemos asociar su singular y austera belleza con la figura de su creadora,  ya que ambas se refunden en una misma historia, que dice así:

Allá por 1911 se radicó en Gualeguaychú una joven profesora (21 años) de dibujo y pintura nacida en Concepción del Uruguay el 6 de Febrero de 1890. Se llamaba María Eloisa D'Elía . Había culminado su profesorado secundario en Paraná y recibió lecciones de pintura del maestro Prieto, célebre artista  uruguayo  discípulo de Juan Manuel Blanes, el pintor de Urquiza. También era profesora de caligrafía y francés. Se inició como profesora en la Escuela Normal inaugurada un año antes. En 1916 pasó a desempeñarse en el Colegio Nacional de reciente creación. Allí trabó amistad con  su colega profesor Don Horacio Rébori. 

En 1917 este compró  la Isla hoy llamada de la Libertd y en 1920 le regaló a Maria Eloisa el llamado peñón del puerto. Enseguida ella convoca a David Angelini  (que había realizado obras en el Frigorífico) y le encarga la realización de su proyecto. Había dibujado en su tablero un castillito. Al reducir en escala las dimensiones de las viejas fortalezas europeas, hizo algunos cambios: jugó con una armoniosa superposición de volúmenes, logrando amalgamar en bellos contornos las formas clásicas de un castillo medioeval, con la gracia de una casa de muñecas extraída de un cuento de hadas. Y lo dotó de los elementos sustanciales del modelo: en la parte superior de lo que sería la torre del homenaje colocó el clásico reborde de almenas. Pero la  torre contenía por dentro un generoso tanque de agua. Sobre una de las habitaciones del fondo colocó otro reborde superior de almenas  logrando el símil con una torre mas baja. En ambos lados de la torre-tanque  dibujó una hendiduras verticales. Son las saeteras de los viejos castillos,  través de los cuales sus defensores arrojaban flechas. El estilo del hermoso conjunto es  anglo-normando  con algunas concesiones magistralmente dosificadas. 

Con su ladrillo a la vista y sus techos de tejas,  combina el fondo antedicho con elementos del tudor. Pero con un toque audaz y certero le  agregó algunos elementos góticos que  -lejos de desentonar- le otorgan gracia al conjunto: los arcos ojivales en el frente, en la ventana alta del lado norte y en las aberturas del nivel inferior (que dejan pasar el agua en época de repuntes) que se complementan con ornamentos del mismo estilo en el frente. La orientación no sigue  la línea costera. Lo hizo en función de un mejor aprovechamiento de la luz natural y la defensa contra los vientos. Por esta razón, mientras tres aristas de la torre son ángulos rectos, la que apunta al pampero está facetada.

Los materiales fueron transportados en  botes que los cargaban en una escalera de piedra del viejo puerto. No existía  la gran explanada de hormigón y el viejo muelle de madera era mas bajo. Por eso el castillo se divisaba desde la calle del Tonelero (actual Del Valle) en todo su esplendor desde varias cuadras. Y aunque el terreno no era extenso, realzaba su belleza el fondo natural de una frondosa arboleda: Ya era una postal.

Lo ocupó en los primeros años con su hermana Matilde (quien ya centenaria aun vive, es la viuda del Dr. Félix Etchegoyen y madre del no menos prestigioso Dr. Poly Etchegoyen) y luego con sus esposo de origen español José Sala Hernández. La decoración interior, el mobiliario, la carpintería y cortinados  eran propias de un castillo por su fineza: pisos de pino tea, puertas con vitrales, camas de bronce y excelente mantelería. El matrimonio tuvo dos hijos Pepito y Rafael. Ambos heredaron la inteligencia y cultura de la madre. Pero mientras Rafael -quien al igual que su madre hablaba varios idiomas- se  graduó como Ingeniero Industrial, Pepito casi no pudo salir de su casa: padecía hidrocefalia, enfermedad que provocó su muerte a los 14 años. Era un lector apasionado y había alcanzado una gran cultura.  Entre la chismografía pueblerina, se decía que María Eloisa hecho construir el castillo, con el fin mantener aislado a su hijo hidrocefálico. Nada mas erróneo, dado que la construcción se hizo cuando todavía era soltera.

Pero un hecho ocurrido en el castillo allá por 1935, disparó no ya el chimento popular, sino toda una historia de fantasmas que contribuyeron, especialmente desde su abandono por la dueña, a darle ese hálito de misterio que tiene desde entonces. Una mañana de domingo apareció degollada en su habitación, la empleada doméstica que ocupaba una habitación del lado sur. Se llamaba Blanca Sosa, de 25 años. La encontró el joven lechero Lote Heredia a quien le llamó la atención no encontrar el recipiente que diariamente Blanca dejaba. Con el Sr. Lozano, encargado del chalet de Enrique Rossi fueron hacia su habitación y trepándose  a una ventana alta se encontraron con el cadáver yaciente de la doméstica. Luego con intervención del marinero Laratro, fue derribada la puerta que estaba cerrada desde adentro. El cadáver aparecía vestido con una muda de ropa nueva. Todo indicaba un suicidio y así se cerró la causa sobre un dictamen del médico de  policía. Sin embargo, salpicaduras de sangre  se insinuaban como indicios de un asesinato y a partir de allí se tejieron mil historias de las que se nutrió la leyenda del castillo, en las que el alma en pena de Blanca Sosa era protagonista.

Pasaron los años y María Eloisa se jubiló después de haber tributado durante medio siglo su inestimable aporte a la cultura de Gualeguaychú. Como calígrafa, confeccionó numerosos pergaminos, entre ellos realizado sobre seda, que con redacción de Luis Doello Jurado se le obsequió al padre José María Colombo al cumplir 50 años. También hizo el álbum para las bodas de plata de la ENOVA. Fue ella quien diseñó el templete de la Virgen del Rosario del  altar mayor de nuestra Catedral San José. Lo hizo en estilo renacimiento italiano, con cúpula dorada, hojas de acanto recubiertas en oro enmarcadas por dos pilastras de ónix, material que hizo traer de San Luis. El trabajo encomendado por el padre Pedro Blasón, fue hecho en 1948. Por su parte el padre  José Schechtel le encargó el diseño del piso de la parroquia Santa Teresita que llegó a bosquejar con un motivo de guirnaldas de rosas aunque no llegó a concretarse.

Poseedora de una amplísima cultura, viajó dos veces por Europa y un grupo de  alumnos suyos envió un trabajo de pintura relacionado  con las ciencias naturales que fue premiado en París. Uno de ellos alcanzó luego relieve nacional: Tato Jeandet a quien conocí por ser amigo de mi padre. Otros aportes hizo la prolífera artista de la Isla: en 1943 y 1944 dictó varias conferencias en la Universidad Popular sobre el arte a través de los tiempos. En el Instituto Magnasco se conservan algunos cuadros de su autoría, pero de mayor valor resultan las valiosas carpetas que había confeccionado con paciencia a través de los años, sobre la historia del arte a través de los tiempos. Están prolijamente ilustradas y escritas con claridad y sencillez para que estén al alcance de todos, ya que su objetivo de vida era difundir la cultura para todos. Hasta el final de su carrera gozó del respeto unánime de sus alumnos y en su legajo siempre tuvo concepto "excelente". 

La creciente de 1959 inundó totalmente el castillo y María Eloisa lo abandonó ya para no volver. Esa desgracia fue casi coincidente con su jubilación. Se trasladó a Bs. Aires donde siguió trabajando como restauradora para los mas prestigiosos museos nacionales. Murió allá el 3 de Julio de 1983 pero su restos descansan en Gualeguaychú. Su último viaje a nuestra ciudad lo había hecho en Diciembre de 1982 para entregar el Magnasco las  valiosas carpetas.

Este verano he vuelto a nadar la clásica vuelta. Pero al pasar por el castillo una fuerza misteriosa me retuvo para contemplarlo desde el agua. Reflejado en el espejo del río, su gracia y belleza son incomparables. En la imagen que sin los lentes veía difusa, me parecía verla a María Eloisa plácidamente sentada en la terraza-patio de armas. Y continué mi marcha  mientras pensaba en aquella mujer heroica que nos regaló a los gualeguaychuenses esa pincelada de belleza y que las generaciones futuras deberán preservar, además de su aporte generoso a la cultura de Gualeguaychú. Que todavía le debe su homenaje.