sábado, 30 de mayo de 2009

El Padre Borques, nuestro primer historiador.


Sabemos que hay una calle Borques. Pero no mucho más. Seguramente los vecinos que viven en ella, poco recuerdan del personaje a quién alude ese nombre.

Juan Carlos Borques, como otros grandes curas que se quedaron en Gualeguaychú para siempre –Luis N. Palma y José María Colombo- no era nativo de nuestra ciudad. Nació en Montevideo en 1858 y vino muy joven a nuestro país para educarse con los jesuitas en el Colegio Inmaculada Concepción de Santa Fe. Allí se incorporó al seminario pero aún antes de ordenarse, el Obispo Santafesino, José María Gelabert y Crespo lo envió a Córdoba. Allí conoció al Obispo de esa ciudad Fray Mamerto Esquiú, quien lo recibió y hospedó con el trato propio de un familiar.

Regresa para completar su preparación y ya ordenado –en 1882- fue destinado por tres años a la Catedral de Paraná. Luego de su paso por Goya (Corrientes) y Rosario, (Santa Fe) como teniente cura, es designado canónigo por el Obispo de Paraná, Rosendo de la Lastra y Gordillo. En 1.899 viaja a Roma con 10 obispos y fue recibido por el Papa León XIII, autor de la célebre encíclica Rerum Novarum.

Desde 1910 fue Canónigo de la iglesia de La Merced en Buenos Aires y finalmente en 1915 viene a Gualeguaychú con sus padres Juan Manuel Borques y María Sánchez. Nunca más se fue de esta ciudad y aquí descansa junto a ellos desde su fallecimiento, el 6 de Septiembre de 1931.

Algo le vio el Obispo Santafesino para enviarlo a Córdoba antes de ordenarse; algo advirtió en él, el gran religioso franciscano y autor del célebre Sermón de la Constitución (1853) para alojarlo en su diócesis. Es que el joven cura era ante todo, un gran estudioso.

En todos sus destinos pastorales incursionaba en la documentación eclesiástica y ello le alumbraba el pasado de cada comunidad. Luego recurría a otras fuentes y así, sin haberse disciplinado en historia, devino un serio investigador.

Cuando llegó a Gualeguaychú, siguió complementando su tarea sacerdotal con la averiguación de nuestro pasado. Sin quererlo, se convirtió así en nuestro primer historiador, título que con toda justicia le confirió otro gran cultor de nuestro pasado: Don Horacio Romero.

En su trato humano, Borques tenía una gran sensibilidad gustaba de la buena lectura, la poesía, la música y la naturaleza. Esto último seguramente lo determinó a adquirir una chacra en el antiguo camino al cementerio. Pero su primera residencia estuvo en la esquina de calle 25 y la que desde 1974 lleva su nombre.

Se interesaba por muchos temas y era asiduo concurrente a tertulias en las que dialogaba largamente, sea con su amigo el Dr. Emilio Marchini, Don Luis Doello Jurado -su vecino- o tantos amigos que frecuentaba.

Entre lo mucho que escribió hay una exhaustiva investigación sobre la fundación de Rosario. Hizo importantes contribuciones sobre la fundación de Gualeguaychú y rescató valiosas cartas de Fray Sebastián Malvar y Pinto, primer Obispo del Río de la Plata, en las que se preocupaba por el abandono de las capillas de nuestra zona.

Aportó también muchos datos sobre la vida de Fray Mamerto Esquiú, que volcó en su libro Reminiscencias.

Sobre nuestro pasado, hizo múltiples investigaciones: la vida del Padre Vicente Martínez (quien en 1863 inició la obra de nuestro templo mayor) y una cantidad de trabajos monográficos sobre diversos temas de la ciudad, sus instituciones y personajes que sería largo de enumerar en esta nota. La mayor parte de esas investigaciones quedó inédita y su documentación se conserva en las numerosas carpetas de su archivo.

Seguramente cuando por fin se acometa la gran tarea colectiva de recopilar, sistematizar y publicar la historia de Gualeguaychú, la valiosa colección del Padre Borques será una de las fuentes más preciadas por los investigadores.

Pero sin duda el trabajo más valioso fue volcado en su libro "Ensayo Histórico sobre el Periodismo de Gualeguaychú -1849-1870", editado en 1919. Él había tenido acceso a los pocos ejemplares que quedaban de los primeros periódicos de nuestra ciudad, a partir de El Progreso de Entre Ríos que dirigía Don Isidoro de María (uruguayo como él) desde 1849 y los que le sucedieron, durante la vida de Urquiza. Es bueno tenerlo presente, justamente a una semana de celebrarse el Día del Periodista.

Tan calificado lector no podía tener una biblioteca menor: reunió 2600 ejemplares. En 1931, después de su muerte, según su última voluntad, todos sus libros, numerosas carpetas, manuscritos y la valiosa documentación referida, fueron entregados por sus familiares al Instituto O. Magnasco después de su muerte. Pero la colección Borques tenía “una yapa” que nadie se imaginaba: entre los libros antiguos había un incunable impreso en 1489. Posiblemente esa reliquia bibliográfica equivalga al resto de la biblioteca. Fue descubierto con gran sorpresa por Camila Nievas a su regreso de Europa, cuando visitara la Biblioteca de Berlín.

Sus restos descansan en el Cementerio Norte junto a sus padres en una tumba que fue declarada histórica por Ordenanza del Honorable Concejo Deliberante a mediados de 2005.
Previamente en 1974, el H. Concejo, había impuesto su nombre a la ex calle Villaguay.

El 17 de Noviembre de 2007, la Municipalidad de Gualeguaychú y un grupo de instituciones y vecinos de la ciudad, impulsados por su gran admirador el Padre Luis Jeannot Sueyro, le tributó un homenaje junto a su tumba recién restaurada, previa reposición de la lápida recordatoria. Lástima que éramos pocos.

Ultima residencia de Borques en la esquina de Rivadavia y San José (esq. NE)
(Ex Coca Cola. Hoy Supermercado Dia)
La primera casa que compró cuando vino en 1915, fue la de 25 y Villaguay (hoy Borques). Despues se mudó a Luis N Palma y Santiago Diaz donde lo tuvo de vecino a Luis Doello Jurado.

domingo, 24 de mayo de 2009

Amor y Primavera, Madre de Orquestas



Noventa años atrás, Gualeguaychú ya experimentaba el progreso generado por la producción del campo, con el esfuerzo común de sus hijos, criollos y adoptivos. Calles empedradas, ferrocarril, tranvía, teléfono, telégrafo, electricidad y algunos edificios de dos plantas. A las numerosas escuelas primarias se habían sumado dos establecimientos secundarios y contábamos con hospital, bibliotecas, teatro, frigorífico, molinos y otras industrias. Un grupo de vecinos, iniciaba por entonces la quijotada que nos daría después comunicación terrestre con Buenos Aires.

Numerosos clubes deportivos se habían fundado en la década del centenario y la vida social también tuvo sus cambios. Desde mucho antes existían las sociedades de bailes, creadas a ese exclusivo fin. La música había estado a cargo de sucesivos conjuntos en los cuales, los inmigrantes aportaban sus instrumentos y virtuosismo. Así se formaron las bandas del pueblo, las de las distintas colectividades o de alguna escuela, como la de Artes y Oficios.

Pero fue en la década de 1920 cuando Gualeguaychú tuvo su primera gran orquesta: Amor y Primavera. No podían haberle puesto un nombre más romántico y representativo de aquella belle epoque.

Tan en serio fue el emprendimiento de aquel grupo de músicos, que no sólo crearon el conjunto musical en sí, sino una asociación civil con todas las formalidades legales, que se llamó Sociedad Filarmónica Amor y Primavera. La palabra “filarmónica” significa “amigos de la música” y era usual la creación de este tipo de entidades. Esa denominación de la sociedad aludía, más al espíritu y objetivos de sus fundadores, que al tipo de música que ejecutaban, que por cierto, era de muy amplio repertorio. Tenía domicilio social, su sede en una casa alquilada, estatutos, comisión directiva, órgano revisor, libros de actas, balances, inventarios y reglamento.

Entre sus miembros directivos podemos mencionar a los siguientes músicos: Américo Spoturno, Ismael Rébora, Alejandro Jano Denegri, Kuroki S. Murúa, José María Bozzano, Adrián V. Ríos, Joaquín Godoy, Eduardo Fernández, Miguel Echandi y Juan Carlos Behigo, entre otros. Cada actuación se trataba y resolvía en reunión de Comisión Directiva, los días viernes; los ensayos se realizaban los martes.

El motivo del enorme prestigio alcanzado, es que cada uno de estos músicos era un virtuoso en su respectivo instrumento, es decir que juntos constituían una especie de selección. Sin perjuicio de que algunos brillaron en distintos instrumentos, como el caso de Kuroki Murúa que en esta orquesta tocaba guitarra y en las décadas siguientes fue un consagrado bandoneonista.

Interpretaban la música que gustaba en la época: valses, pasodobles, tangos y milongas, polkas, rancheras, shotís. Y un ritmo novedoso que comenzaba a imponerse: el fox trot. Amor y Primavera tenía una amplia gama de compromisos que abarcaban las veladas de las entidades recreativas de bailes como La Lira (que funcionaba en el local de la Societé Fracaise en Luis N. Palma, a media cuadra de la Plaza), La Aurora (funcionaba en el imponente local de Argentinos y Orientales en la misma calle), La Juventud (que no tenía relación con el club del mismo nombre) Sociedad Operari Italiana y otras. También en escuelas, de la ciudad y del campo, casas de familia, teatros y otros auditorios.

Pero sin duda el mayor protagonismo lo adquiría en los corsos de la época. Era el período de los palcos engalanados en la calle 25 de Mayo y coincidente con el auge de la más prestigiosa agrupación carnavalera de la época: La Comparsa de Nerón. Precisamente, ésta con Amor y Primavera eran los máximos atractivos de aquellos fastuosos carnavales.

En el carnaval de de 1927, por ejemplo, luego de acordar las condiciones con la Comisión Municipal de Corsos, la orquesta requirió el préstamo de algunos instrumentos de refuerzo para la ocasión, como un trombón que facilitó el Sr. José Sgrizzi y le fue adjudicado para su ejecución a Juan Centurión. También hubo que incorporar un flautista: Juan Antonio Rébora. En consecuencia, ese año la orquesta se integró para el carnaval con los siguientes músicos: violines, José M. Bozzano, Américo Sopturno, Juan Carlos Behigo, Ismael Rébora y Alfredo Sgrizzi. Trombón: Juan Centurión; flauta: Juan Antonio Rébora, mandolín: Eduardo Fernández; guitarras: Joaquín Godoy, Kuroki Murúa, Juan Del Valle y Salvador Rébora.

Para la ocasión contrataron el camión del Sr. Juan Antonio Uriarte¸ quien no cobró por su alquiler, a cambio de solventarle algunas reparaciones. El vehículo era engalanado para las salidas en carnaval; algunas veces lo adornaban con una lira u otro instrumento; en otras ocasiones lo carrozaban con la figura de un cisne.

Entre las escuelas que más visitaban, se recuerda a la de la Srta. Torrilla que organizaba bazares a beneficio del establecimiento. También concurrían seguido a la escuela del Barrio Franco que dirigía la Sra. Ángela G. de Gavazzo. Para esas actuaciones fijaban un precio especial: $ 60. También amenizaban casamientos, bailes en el campo, viajaban a Urdinarrain y otras localidades vecinas y actuaban en casas de familia, como p, ej., en las del Sr. Ricardo Nieto y Don Ernesto Rossi, entre otros.

Para la década del 30 la sociedad Amor y Primavera se había disuelto. Sin embargo, algunos de sus músicos continuaron actuando junto a otros colegas, en diferentes agrupaciones estables o espontáneas, algunas sin nombre. Para entonces se habían incorporado José P. S. Merello (Palito), Alfredo Angerosa, Elizondo, Cachicho Delmagro y otros. De esos continuadores surgieron las dos grandes orquestas que ocuparían la escena en las décadas siguientes: las de Kuroki Murúa y Alfredo Orlando Angerosa. Algunos de los eximios integrantes de Amor y Primavera aparecen en los años subsiguientes integrando la célebre orquesta del Maestro Luis Quaranta que incursionó en la música clásica.

Nos ocuparemos de esas otras orquestas más adelante, pero queríamos recordar hoy a la prestigiosa agrupación de los años veinte, madre y modelo de sus continuadoras.

El entonces suntuoso edificio de "Entre Argentinos y Orientales" que aún subsiste en calle Palma. En su salón de plata alta se realizaban los bailes de "La Aurora".