GATO Y MANCHA: UNA PROEZA ARGENTINA
Algo debían tener
las pampas argentinas para que tantos extranjeros, luego de admirarlas, se
quedaran a vivir entre nosotros. Roberto
Cunningham Graham fue uno de ellos y recaló en Gualeguaychú. Hasta peleó
junto a López Jordán. Otro fue el
suizo Aimé Félix Tschiffely que pasó
por Londres y llegado a la Argentina , no quiso cambiar más de paradero. Luego de
recorrerla, se afincó como profesor en un colegio de Quilmes. Ambos eran amigos y fue el escocés el que contagió al
suizo su admiración por la raza de caballos criollos. No está demás recordar
que cuando Cunningham volvió a su
país, atravesaba Londres montando orgulloso su caballo argentino, para ir a cumplir
funciones en el Parlamento.
Don Aimé tenía dos pasiones: una era recorrer el continente americano y la otra, la que le había transmitido su amigo. Y un día, ambas se unieron en una idea: hacer la travesía con los caballos criollos. Conocía la raza y sabía que ninguna otra reunía las condiciones de rusticidad y fortaleza que se necesitaban. Y resuelve contactar al Dr. Emilio Solanet, criador de esos equinos. Sus padres, Felipe Solanet y Emilia Testevín, habían fundado en Ayacucho -1880- la estancia Los Cardales. En 1911, el hijo eligió un lote de padrillos y yeguas de las manadas de la tribu tehuelche del cacique Liempichún.
Cuando se
establece el contacto, en 1925 Los
Cardales había conformado un plantel de esa raza que le otorgaba
prestigio. Y ahí acudió el inquieto
suizo. Emilio Solanet no sólo compartió la idea. Fue tanto su
entusiasmo, que le ofreció dos de sus mejores ejemplares: Gato y Mancha,
de 15 y 16 años. No eran fáciles: criados en la Patagonia , ya habían puesto en aprietos a varios domadores. Acababan de recorrer 3.000 km . con troperos que iban de Ayacucho a Chubut, casi un entrenamiento para lo que les esperaba.
EL RAID
Luego de unas
semanas de preparativos, la partida se concretó el 23 de Abril de 1925, desde la Sociedad Rural , en Palermo; la meta final era Nueva York. Un primer inconveniente fue la imposibilidad de llevar
carpas; no existían las telas livianas actuales que permitieran ser portadas a
caballo. El raid se hizo en 504 etapas y un promedio diario de 46 km . La primera parte por territorio argentino culminó en
Salta. De allí cruzaron a Bolivia, donde les tocó enfrentar enormes dificultades. Como el paso El Cóndor entre Potosí y Chaliapata, a 5.900 m de altura, con temperaturas de hasta 18° bajo cero.
En Perú debieron sortear el famoso
desierto Matacaballos. En Centroamérica soportaron las pestes de
las selvas húmedas y entre Huamey y Casma atravesaron treinta leguas con
temperaturas de hasta 52° a la sombra. Sin agua ni forraje, sus patas se
hundían entre 15 y 30 cm . en la arena caliente.
Tschiffely relató después que en más de una ocasión estuvo a punto de renunciar, tanto por él como por sus caballos: "Al llegar a los desiertos del Perú sentí que me abandonaban mis fuerzas. Repuesto de un desmayo prolongado, observé a mis dos bravos compañeros y tuve la sensación de que mi raid había terminado. Apenas tenía fuerzas para levantarme; Mancha y Gato, con la cabeza baja, resoplaban ansiando aire, asfixiados en un ambiente de infierno”. Pero en cada ocasión, recordaba una frase que le había dicho Solanet al entregarle los caballos: "Si usted resiste, mis pingos no lo van a dejar". Eso le devolvía la fuerza para seguir y los heroicos pingos, en cada dificultad, se lo volvían a demostrar.
A ello se sumaba el vínculo
espiritual establecido: “Mis dos caballos
me querían tanto que nunca debí atarlos
y hasta cuando dormía, en alguna choza solitaria, sencillamente los dejaba
sueltos, seguro de que nunca se alejarían más de algunos metros y de que me
aguardarían en la puerta a la mañana siguiente, cuando me saludaban con un
cordial relincho”.
LLEGADA TRIUNFAL
Y así siguieron; en más de
una ocasión debieron cruzar a nado, ríos desbordados con fortísimas
correntadas; también, regiones dominadas por bandoleros: todo lo pasaron. En Méjico, Gato
fue lesionado por la patada de una mula y lamentablemente no pudo
continuar la marcha.
Sus compañeros siguieron
y el 20 de Septiembre de 1928, llegaron por fin a Nueva York.
No estaban solos: a medida
que el raid avanzaba, el mundo entero adhería con asombro y admiración. Acá
había pocas radios, la TV no se conocía, pero los diarios argentinos informaban de la travesía. Estados Unidos se conmocionaba a su paso y Europa palpitaba la hazaña por obra de un prestigioso propagandista
que desde Londres se encargaba de su
difusión: Roberto Cunninghan Graham.
La jornada final fue
apoteótica; la autoridad local había dispuesto una medida que sólo se toma en
circunstancias excepcionales: se cerró el tránsito de la 5ta Avenida para que
el público pudiera volcarse y aplaudir a los héroes. Cruzaron Manhattan hasta
llegar al City Hall, donde los
esperaba el Alcalde de Nueva York, James
Walker acompañado de sus funcionarios y el Embajador Argentino Dr. Manuel Malbrán. Allí recibieron la Llave de oro de la ciudad. Luego, los dos caballos fueron
alojados en el Cuartel Central de Policía, cerca del Central Park. Un final merecido; habían pasado tres
años y medio a lo largo de 21.500 km . por los 20 países
que dejaban atrás.
Tres meses después, el 20 de
Diciembre de 1928, llegaron en barco a Buenos Aires, donde tuvieron otro
recibimiento multitudinario. Pero Gato y Mancha tuvieron un premio
adicional: volver a retozar por sus añoradas pampas en Los Cardales.
DESPUÉS DE LA HAZAÑA
Allí quedaron, al cuidado del
paisano Juan Dindart hasta que
murieron en 1944 y 1947. Ambos se
encuentran embalsamados en el Museo
Histórico de Luján.
Tschiffely siguió
viajando por América y Europa – ahora
era famoso- pero siempre volvió a su Argentina. Dos años después, regresó nuevamente
a “Los
Cardales” para visitar a sus nobles
compañeros. Bastó un silbido suyo para que Gato y Mancha lo reconocieran y
vinieran al galope para saludar a su guía.
En
1936 Cunninghan Graham, ya anciano, regresa por última vez a la Argentina.
Quería conocer a los
célebres caballos. Solanet lo invitó
a visitarlos en su campo, pero una
repentina enfermedad le impidió a Don Roberto viajar. Por tal motivo, Solanet
hizo los arreglos para que fueran entonces los caballos, los que visitaran a su
admirador y propagandista, ya muy grave ¡en el lobby del Hotel Plaza! El
encuentro no fue posible: cuando llegaron, acababa de morir.
Al
día siguiente, Buenos Aires entero se sumó al cortejo que acompañaba hasta el
puerto los restos del ilustre visitante. Aunque muchos concurrieron también, para ver una vez más a la noble
escolta que acompañaba al féretro: Gato y Mancha.
En 1954 falleció Aimé Tschiffely. Por una disposición de
última voluntad, transmitida por su viuda
Violeta Hume, sus restos descansan junto a los de sus queridos caballos. En
1999 se sancionó en homenaje a estos, la Ley Nacional 25.125 que instituyó el 20 de Septiembre –el de su
llegada a N. York- como Día Nacional del
Caballo.
Han pasado ochenta años. Talvez, la mayor parte de nosotros haya olvidado esta página memorable de nuestra historia. Una tradicional sentencia nos señala a los argentinos:
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