viernes, 8 de mayo de 2015

Difusora Grecco: 03 Un empresario innovador

ANTES DE LA DIFUSORA.
Un empresario innovador.


Y bien. En la década anterior -allá por 1947- un joven veinteañero había montado una empresa publicitaria, talvez la primera que hubo en Gualeguaychú. Y además, innovadora, en cuanto a los recursos técnicos que empleaba.
Roberto Carlos Rudecindo Grecco, nació el 1 de Marzo de 1916. Era hijo de Francisco Grecco y Elena Clementina Estrampes.
Don Francisco era uno de los peluqueros más conocidos de la ciudad (con Juan Giovanetti, Macho Peralta, Edelmiro Rivas, Meco Farabello, Evaristo Martinez, Arcusín, entre otros) y tenía su local en 25 de Mayo casi España, parte de lo que había sido la residencia del Gral. Urquiza y hoy sucursal del Banco de Entre Ríos. Sus hermanos mayores eran: María Elena, esposa de Don Carlos Riera, Francisco Toto, y le seguía Eduardo.
En 1948 se unió en matrimonio a Cecilia Aurora SilvaQuica- del que nacieron María Elena, en 1951 y Roberto Beto, en 1953.
Aquella empresa unipersonal, desde sus inicios y hasta 1951, se denominaba Grecco Publicidad y luego cambió por Organización Publicitaria Grecco. Su innovación técnica era la utilización de amplificadores y parlantes montados en un auto Wippe muy moderno y vistoso, por las partes de madera barnizada que ornamentaban su carrocería.
Por aquellos años, estos equipos eran una novedad. Recordemos que en nuestra ciudad, hasta los años 30, las orquestas actuaban sin amplificación. Recién a fines de esa década se introdujeron en Gualeguaychú los primeros equipos, que eran muy distintos de los actuales. En el corazón de su sistema, los electrones debían pasar de un ánodo a un cátodo en el interior de un tubo al vacío, llamado comúnmente válvula. Esto requería unos minutos de calentamiento previo para empezar a rendir. Era el mismo sistema que utilizaban las radios hogareñas y que hoy perfeccionado, se emplea nuevamente en los equipos de sonidos de alta fidelidad. En 1948 la ciencia mundial había dado un gran paso (por entonces sin repercusión), cuando tres ingenieros de la empresa  telefónica Bell de Estados Unidos, inventaron el transistor, un pequeño adminículo en el que los electrones, en vez de saltar en el vacío, transitaban por una superficie de material semiconductor (silicio). Cuando la innovación del estado sólido empezó a difundirse, se lograba  rapidez, economía de consumo, menor calentamiento, mayor vida útil y menos tamaño. Los resultados no fueron inmediatos; recién una década después, fines de los 50, llegaban a nuestro país las primeras radios Spika fabricadas por los japoneses que se adelantaron a los norteamericanos en la aplicación práctica de aquel gran invento de ciencia básica. Ello permitió luego -con más ahinco en la década de los 70- el paso a la miniaturización y se posibilitó así el avance de la computación, que al incorporarse a los demás inventos existentes, empezaba a  convertirlos en inteligentes.
Pero volvamos la amplificación de Grecco: para la reproducción de la música, el grabador no había llegado aún a Gualeguaychú. Por entonces, aquella venía grabada en discos de pasta de vinilo que giraban a 78 vueltas por minuto. Luego, a fines de los 50, se modernizaron al aparecer los discos de 45 revoluciones por minuto y los llamados long play de 33 r.p.m. Yendo más atrás en el tiempo, cabe recordar que antes de llegar la amplificación electrónica a nuestros pagos, en los hogares la música se escuchaba por medio de discos en victrolas manuales. Había que darles cuerda y el sonido surgía de una membrana vibratoria, sin uso de electricidad. Estaba incorporada al brazo, en cuyo extremo inferior se fijaba la púa metálica, que debía cambiarse luego de varios discos. En la bandeja giratoria entraba un disco por vez; los de 78 rpm (vueltas por minuto) contenían un solo tema por cada lado, terminado el cual, había que parar para darlos vuelta manualmente. Recién a fines de los 50 aparecieron los primeros tocadiscos eléctricos. Los Wincofón, trajeron una notable innovación: cargaban varios discos juntos e iban cayendo de a uno, mientras el brazo se levantaba para volver a posarse en el inicio del disco siguiente. Era una de las primeras muestras de la robótica, que llegaba a nuestros hogares. Nos quedábamos mirando largo rato, como el perro de Betolaza, admirando esa maravilla tecnológica. Casualmente era  la Casa Betolaza, la principal proveedora de discos, radios, y victrolas. El legendario perro, no era  una mascota de Don Enrique, su fundador, sino el  emblema publicitario de la RCA Victor, conocido en todo el mundo, porque meneaba su cabeza frente a una victrola de esa marca. Betolaza tenía uno en la vidriera de su local.
Y bien; todo esto era una fuente de dificultades para Roberto Grecco y para quienes luego incursionaron en esa actividad. ¿Por qué? La mayor parte de las calles de la ciudad eran de tierra; sólo las del centro que corrían de Este a Oeste estaban pavimentadas y casi todas las transversales eran empedradas con adoquines o piedras más rústicas. Ello dificultaba la circulación del vehículo publicitario porque, unido a que su amortiguación era muy dura, provocaba frecuentes saltos del brazo con la púa. Si se procuraba paliar el inconveniente agregando peso al brazo, el disco se  rayaba prematuramente y quedaba inutilizado. Por lo tanto, en calles desparejas, había que detener el vehículo para pasar la música y después se avanzaba para hacer la locución publicitaria. Dado que no había grabadores, el locutor debía hacer la publicidad en vivo frente al micrófono y atender el cambio de los discos, o púas.
Más aún se dificultaba la labor, cuando además -no siempre- el mismo operador  debía conducir el vehículo.  Pero con dos atenuantes: por entonces no había norma que lo prohibiera y no era necesario concentrarse tanto: el parque automotor era muy reducido.

Para hacer la locución del rodante, Grecco incorporó desde el comienzo a un jovencito de 15 años con muchas inquietudes quien abandonó el Colegio Nacional en tercer año para trabajar con él; era Gerardo Raúl Pugliese y tenía una condición natural que por entonces era más que suficiente: una voz microfónica excepcional. Ese era el único requerimiento por entonces, en que no se necesitaba otra preparación profesional. ¿Por qué? Muchos de los que se fueron incorporando después a la actividad no habían completado sus estudios secundarios y sin embargo, leían correctamente de corrido, además de su buena ortografía. Porque la enseñanza primaria argentina, era todavía la más avanzada del continente. Totó Pugliese trabajó unos años en rodante y luego cuando luego inició su actividad la Difusora Grecco, fue el primer locutor de la nueva empresa. Quiso la casualidad que la difusora se inaugurara el 16 de de diciembre de 1953, justo el día que Totó cumplía 21 años.
Fue el primero de una joven generación que vino a romper el unicato de los dos locutores que hasta entonces hegemonizaban esa profesión en Gualeguaychú: Carlos Aurelio Cepeda (a) El Pato  y Alfredo Durand Thompson (a) Pelotilla. No había hasta entonces, voces femeninas.
La mayor parte de esa nueva camada, como luego veremos, pasó a integrar los medios que vinieron después, como la radio y la televisión y son hoy, ya mayores, las voces emblemáticas que escuchamos los gualeguaychuenses. Pero la mayor parte de ellos, se inició en la Difusora Grecco.

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